Orbe Dub
Cianolumen
La cianotipia, en su esencia,
encarna una labor casi sagrada. Desde las profundidades de las sombras, emergen
las imágenes, como una suerte de alquimia donde la luz se transfigura con el
sol. En el oscuro santuario, los componentes se entrelazan en la penumbra
aguardando su metamorfosis. El citrato de amonio férrico y el ferricianuro de
potasio, como los alquimistas ancestrales, se funden en un abrazo químico.
El papel, testigo puro, es
sensibilizado con el elixir que se extiende sobre él, un bálsamo que se fusiona
con la fibra, convirtiéndolo en un portal.
La luz solar, triunfante,
transforma el papel. Es un proceso dorado que despierta el Azoth. La alquimia
alcanza su plenitud: la luz y la química entrelazadas, revelando imágenes en
tonos cian. Negativos, hojas, siluetas, todo se plasma en azul profundo.
En este proceso, nos
convertimos en alquimistas modernos. La cianotipia, como un antiguo hilo, nos
conecta con Anna Atkins, la botánica visionaria y sus flores secas, sus
fotogramas, su legado azul.
Así, desde las sombras, la luz
emerge triunfante. El sol, nuestro maestro alquimista, desvela los enigmas
cerúleos. En cada cianotipo, la magia persiste, recordándonos que el encantamiento
reside en la mezcla, en la espera y en la transmutación de la luz y la
oscuridad.
El azul emerge pasivo y
sereno, íntimo y femenino. En su tono lunar, intuitivo se despliega. Es el
lienzo del cielo, del divino resguardo, espiritual y celestial.
En su abrazo, la serenidad
hallamos, fuerza interna, acción del espíritu revelado. Color del orden
cósmico, los egipcios lo elevaban, esencia inmortal. En cada trazo, un eco de
eternidad y espiritualidad.
Que la cianotipia sea nuestro
elixir, nuestra piedra filosofal. Que enaltezca la luz solar, como un antiguo
conjuro, y nos permita contemplar el mundo a través de sus ojos celestes.
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